Sostenerte en mis brazos, el día de tu nacimiento fue el
momento más feliz de mi vida, observando tus hermosos orbes celestes, admirando
el azabache de tus cabellos casi al borde del llanto, besando tu frente con
gran euforia…intentando calmar tus agudos sollozos…
Esperando impaciente el día en el que pudiese llevarte a
casa, subiéndote en la enorme camioneta de color negro, cediéndote con pesar a
las manos de tu madre, posicionando mis manos en el volante, observándote de
reojo, conduciendo de forma lenta y segura, esperando no hacerte ningún daño, a
pesar de las cientos de veces en las que Victoria me acuso de paranoia…¿pero cómo
no iba estar paranoico?, si el tesoro más grande del mundo había sido puesto
bajo mi cuidado…
Los años transcurrieron a una velocidad sorpréndete,
haciendo que mi pecho fuese invadido por la terrible melancolía, al verte
partir con tu uniforme escolar, ocultando tu consola (Que por cierto, fui yo
quien te enseño a jugarla) en el bolsillo de tu falda, sonriendo con simpatía
volteando a mirarme divertida, despidiéndote con la mano, sosteniendo tu linda
mochila escolar, perdiéndote de mí vista, dejándome solo en medio del pórtico,
observando el camino por el que te has alejado pensando: ¿Desde cuándo creciste
tanto mi pequeña gamer?, dándome la vuelta con una nostálgica sonrisa,
dirigiéndome al trabajo…esperando llegar a casa para poder volver a jugar
contigo…y tenerte entre mis brazos, acariciando tu hermoso cabello negro…
La adolescencia llego sin advertencias, junto a una bella y alocada
chica de dieciséis. Que aunque llego a hacerse mechas de distintos colores,
jamás desobedeció una de mis órdenes…hasta que decidiste conseguir novio, él es
un buen chico debo admitirlo pero realmente no quería que lo tuvieses cerca,
con el pretexto de que “Aun eres muy
joven”, iniciando fuertes peleas que terminaban en llantos y en amenazas que
nunca pensaba efectuar…luego te alejaste de mí, encerrándote en tu cuarto, sin
dirigirme palabra alguna, creyendo que yo interrumpía tu felicidad…haciéndome
sentir extremadamente mal, anhelando los tiempos pasados, deseando poder
detener el tiempo, en esas épocas en las que decías “Te quiero, papa”…
Los días se convirtieron en semanas, las semanas se
convirtieron en meses y los meses se transformaron en años, mostrando a una
joven mujer de 25 años, graduada de la universidad, sonriendo con gran ilusión,
tomándome de las manos, me pediste tu bendición para el matrimonio que querías
efectuar con el hombre que tanto nos había distanciado, atinando a sonreír,
acepto con hipocresía tan indecente proposición…
Observándote lucir ese hermoso vestido blanco del más
elegante encaje, caminando a mi lado como solíamos hacerlo en los dias
gloriosos como me gustan llamarlos, cuando me suplicabas que te comprase un
helado, pero…esa vez sería diferente, te estaba entregando “al hombre de tus
sueños”, dirigiéndome con nostalgia a mi asiento, junto a tu madre quien
intentaba animarme, mientras que las atrevidas lagrimas empapaban mis pálidas
mejillas, mojando el pantalón negro de mi elegante frac, escuchando como decías
“Acepto” con gran felicidad, depositando un fugaz beso en los labios de tu
galante prometido…
Después te vi partir de nuestro hogar junto con tu marido,
exhibiendo la argolla en tu mano, volteando a mirarme complacida, diciendo un
sutil “Te amo”, marchándote de mi lado …haciendo que un gran dolor oprimiera mi
pecho…
Los años transcurrieron, y hubieron muchos acontecimientos,
tu pobre madre falleció dejándome totalmente solo, esperando con ansias los
días en los que llegabas a mi casa con tu nueva familia, escuchando las risas
de tus hijos que gritaban una y otra vez: “¡Te queremos mucho, abuelo Armin!”
Pero eso nunca va a volver a suceder…ahora observo como te
acercas a mí con gran preocupación al lado de mis nietos, quienes tienen
grandes lágrimas en sus infantiles ojos, al observar a este viejo, tumbado en
esa helada cama de hospital…mientras que con una sonrisa tomo tu mano,
expulsando un delicado suspiro, viendo a la luz aproximarse…”Kaori, Te amé más
que a nada en este mundo.”…digo dando mi último aliento de vida, sintiéndome
feliz al poder verte aunque fuera solo unos segundos antes de partir…”Mi
pequeña Gamer”.
-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.
-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.
-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.
-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto meneó la cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.
Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.
“El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!”
Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.
Al poco rato se quedo dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
“¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.”
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.
Esto pasó en una pequeña ciudad de Francia y salió en todos
los periódicos locales.
Una niña de 9 años, hija única y de padres pudientes de gran
influencia tenía todo lo que hubiese querido y deseado una niña, pero con una
soledad incomparable. Sus padres solían salir a fiestas y reuniones del ámbito
político, y la dejaban sola.
Todo cambió cuando le compraron un cachorro de raza grande,
pasaron los años y la niña y el perro se volvieron inseparables.
Incluso crearon un vínculo especial, el perro se metía
debajo de la cama a dormir con ella todas las noches y cuando la niña se sentía
angustiada o asustada asomaba la mano por debajo de la cama y se dejaba lamer
la mano por el perro, era como un código entre ella y el perro, y ella se
tranquilizaba.
Una noche, los padres se pasaron a despedirse de la niña
antes de ir a una cena, estos se fueron como muchas otras veces y pronto la
niña se sumió en un sueño profundo. En la noche, un fuerte ruido la despertó,
eran como rasguños leves y luego más fuertes. Ella temerosa, bajó la mano para
que el perro la lamiese entonces sintió la húmeda lengua del perro y se
tranquilizó, poco después se quedó durmiendo de nuevo.
Cuando se despertó por la mañana descubrió algo espantoso,
el perro no estaba debajo de la cama como de costumbre, ella bajó las escaleras
de su gran casa hasta el pasillo del recibidor, para encontrarse con una
desagradable sorpresa, su perro estaba ahorcado en el pasillo con una herida
enorme en el estómago, y en el espejo del recibidor rezaba un mensaje que decía;
"No sólo los perros lamen".
Se dice que cuando los padres volvieron, la niña estaba
totalmente trastornada y sólo decía: ¿Quién me lamió?.Aún se busca al autor de
tal aberración.
El chico en cuestión se llamaba Ángel. Tenía catorce años, y llevaba unos días en
el hospital porque vomitaba todo lo que comía y tenía mucha fiebre. En pocos
días de enfermedad su cuerpo se había estirado hasta el punto en que
sobrepasaba los dos metros cuando lo metieron en la ambulancia, y tuvieron que
flexionar sus rodillas en la camilla.
En el hospital le hicieron muchísimas pruebas buscando una
causa. La madre sospechaba de un envenenamiento, pero ningún médico supo decir
qué tenía. ¡Sólo tenía catorce años y no había comido nada en días! . Su cuerpo
no lo toleraba.
El ocho de abril de aquel año, su tía, nerviosa e impaciente
porque los médicos llenaban a su sobrino de pastillas y no le curaban ni
conseguían averiguar qué le ocurría, decidió irse del hospital y visitar al que
fuera su pediatra durante años.
La madre salió a dar una vuelta por los pasillos del
hospital mientras Ángel hablaba con su hermano y la novia de éste.
- Me voy a morir.
- No digas eso, -le dijo la futura cuñada- aún tienes que
venir a nuestra boda.
Cuando la madre llegó no quisieron decirle nada y les
dejaron a solas. Ángel tomó su reloj, puso la alarma y le dijo a su madre que
dejara el reloj sobre la mesilla. La madre se giró, y la alarma sonó.
En ese mismo instante a su tía se le bloqueó el volante en
la misma puerta del hospital. Un hombre que apareció de la nada le dijo unas
palabras muy misteriosas, y acto seguido ella alzó la mirada y el tipo ya no
estaba. El hombre y el bloqueo del volante le hicieron reaccionar y salió rauda
del coche para entrar de nuevo en el hospital.
Cuando llegó a la habitación, todos lloraban.
Al sonar la alarma que Ángel había puesto a las ocho el día
ocho de abril, su alma abandonó su cuerpo, y su madre lo supo desde el mismo
instante en que oyó el primer pitido.
Sostenerte en mis brazos, el día de tu nacimiento fue el
momento más feliz de mi vida, observando tus hermosos orbes celestes, admirando
el azabache de tus cabellos casi al borde del llanto, besando tu frente con
gran euforia…intentando calmar tus agudos sollozos…
Esperando impaciente el día en el que pudiese llevarte a
casa, subiéndote en la enorme camioneta de color negro, cediéndote con pesar a
las manos de tu madre, posicionando mis manos en el volante, observándote de
reojo, conduciendo de forma lenta y segura, esperando no hacerte ningún daño, a
pesar de las cientos de veces en las que Victoria me acuso de paranoia…¿pero cómo
no iba estar paranoico?, si el tesoro más grande del mundo había sido puesto
bajo mi cuidado…
Los años transcurrieron a una velocidad sorpréndete,
haciendo que mi pecho fuese invadido por la terrible melancolía, al verte
partir con tu uniforme escolar, ocultando tu consola (Que por cierto, fui yo
quien te enseño a jugarla) en el bolsillo de tu falda, sonriendo con simpatía
volteando a mirarme divertida, despidiéndote con la mano, sosteniendo tu linda
mochila escolar, perdiéndote de mí vista, dejándome solo en medio del pórtico,
observando el camino por el que te has alejado pensando: ¿Desde cuándo creciste
tanto mi pequeña gamer?, dándome la vuelta con una nostálgica sonrisa,
dirigiéndome al trabajo…esperando llegar a casa para poder volver a jugar
contigo…y tenerte entre mis brazos, acariciando tu hermoso cabello negro…
La adolescencia llego sin advertencias, junto a una bella y alocada
chica de dieciséis. Que aunque llego a hacerse mechas de distintos colores,
jamás desobedeció una de mis órdenes…hasta que decidiste conseguir novio, él es
un buen chico debo admitirlo pero realmente no quería que lo tuvieses cerca,
con el pretexto de que “Aun eres muy
joven”, iniciando fuertes peleas que terminaban en llantos y en amenazas que
nunca pensaba efectuar…luego te alejaste de mí, encerrándote en tu cuarto, sin
dirigirme palabra alguna, creyendo que yo interrumpía tu felicidad…haciéndome
sentir extremadamente mal, anhelando los tiempos pasados, deseando poder
detener el tiempo, en esas épocas en las que decías “Te quiero, papa”…
Los días se convirtieron en semanas, las semanas se
convirtieron en meses y los meses se transformaron en años, mostrando a una
joven mujer de 25 años, graduada de la universidad, sonriendo con gran ilusión,
tomándome de las manos, me pediste tu bendición para el matrimonio que querías
efectuar con el hombre que tanto nos había distanciado, atinando a sonreír,
acepto con hipocresía tan indecente proposición…
Observándote lucir ese hermoso vestido blanco del más
elegante encaje, caminando a mi lado como solíamos hacerlo en los dias
gloriosos como me gustan llamarlos, cuando me suplicabas que te comprase un
helado, pero…esa vez sería diferente, te estaba entregando “al hombre de tus
sueños”, dirigiéndome con nostalgia a mi asiento, junto a tu madre quien
intentaba animarme, mientras que las atrevidas lagrimas empapaban mis pálidas
mejillas, mojando el pantalón negro de mi elegante frac, escuchando como decías
“Acepto” con gran felicidad, depositando un fugaz beso en los labios de tu
galante prometido…
Después te vi partir de nuestro hogar junto con tu marido,
exhibiendo la argolla en tu mano, volteando a mirarme complacida, diciendo un
sutil “Te amo”, marchándote de mi lado …haciendo que un gran dolor oprimiera mi
pecho…
Los años transcurrieron, y hubieron muchos acontecimientos,
tu pobre madre falleció dejándome totalmente solo, esperando con ansias los
días en los que llegabas a mi casa con tu nueva familia, escuchando las risas
de tus hijos que gritaban una y otra vez: “¡Te queremos mucho, abuelo Armin!”
Pero eso nunca va a volver a suceder…ahora observo como te
acercas a mí con gran preocupación al lado de mis nietos, quienes tienen
grandes lágrimas en sus infantiles ojos, al observar a este viejo, tumbado en
esa helada cama de hospital…mientras que con una sonrisa tomo tu mano,
expulsando un delicado suspiro, viendo a la luz aproximarse…”Kaori, Te amé más
que a nada en este mundo.”…digo dando mi último aliento de vida, sintiéndome
feliz al poder verte aunque fuera solo unos segundos antes de partir…”Mi
pequeña Gamer”.
-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.
-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.
-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.
-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto meneó la cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.
Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.
“El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!”
Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.
Al poco rato se quedo dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
“¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica.”
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.
Esto pasó en una pequeña ciudad de Francia y salió en todos
los periódicos locales.
Una niña de 9 años, hija única y de padres pudientes de gran
influencia tenía todo lo que hubiese querido y deseado una niña, pero con una
soledad incomparable. Sus padres solían salir a fiestas y reuniones del ámbito
político, y la dejaban sola.
Todo cambió cuando le compraron un cachorro de raza grande,
pasaron los años y la niña y el perro se volvieron inseparables.
Incluso crearon un vínculo especial, el perro se metía
debajo de la cama a dormir con ella todas las noches y cuando la niña se sentía
angustiada o asustada asomaba la mano por debajo de la cama y se dejaba lamer
la mano por el perro, era como un código entre ella y el perro, y ella se
tranquilizaba.
Una noche, los padres se pasaron a despedirse de la niña
antes de ir a una cena, estos se fueron como muchas otras veces y pronto la
niña se sumió en un sueño profundo. En la noche, un fuerte ruido la despertó,
eran como rasguños leves y luego más fuertes. Ella temerosa, bajó la mano para
que el perro la lamiese entonces sintió la húmeda lengua del perro y se
tranquilizó, poco después se quedó durmiendo de nuevo.
Cuando se despertó por la mañana descubrió algo espantoso,
el perro no estaba debajo de la cama como de costumbre, ella bajó las escaleras
de su gran casa hasta el pasillo del recibidor, para encontrarse con una
desagradable sorpresa, su perro estaba ahorcado en el pasillo con una herida
enorme en el estómago, y en el espejo del recibidor rezaba un mensaje que decía;
"No sólo los perros lamen".
Se dice que cuando los padres volvieron, la niña estaba
totalmente trastornada y sólo decía: ¿Quién me lamió?.Aún se busca al autor de
tal aberración.
El chico en cuestión se llamaba Ángel. Tenía catorce años, y llevaba unos días en
el hospital porque vomitaba todo lo que comía y tenía mucha fiebre. En pocos
días de enfermedad su cuerpo se había estirado hasta el punto en que
sobrepasaba los dos metros cuando lo metieron en la ambulancia, y tuvieron que
flexionar sus rodillas en la camilla.
En el hospital le hicieron muchísimas pruebas buscando una
causa. La madre sospechaba de un envenenamiento, pero ningún médico supo decir
qué tenía. ¡Sólo tenía catorce años y no había comido nada en días! . Su cuerpo
no lo toleraba.
El ocho de abril de aquel año, su tía, nerviosa e impaciente
porque los médicos llenaban a su sobrino de pastillas y no le curaban ni
conseguían averiguar qué le ocurría, decidió irse del hospital y visitar al que
fuera su pediatra durante años.
La madre salió a dar una vuelta por los pasillos del
hospital mientras Ángel hablaba con su hermano y la novia de éste.
- Me voy a morir.
- No digas eso, -le dijo la futura cuñada- aún tienes que
venir a nuestra boda.
Cuando la madre llegó no quisieron decirle nada y les
dejaron a solas. Ángel tomó su reloj, puso la alarma y le dijo a su madre que
dejara el reloj sobre la mesilla. La madre se giró, y la alarma sonó.
En ese mismo instante a su tía se le bloqueó el volante en
la misma puerta del hospital. Un hombre que apareció de la nada le dijo unas
palabras muy misteriosas, y acto seguido ella alzó la mirada y el tipo ya no
estaba. El hombre y el bloqueo del volante le hicieron reaccionar y salió rauda
del coche para entrar de nuevo en el hospital.
Cuando llegó a la habitación, todos lloraban.
Al sonar la alarma que Ángel había puesto a las ocho el día
ocho de abril, su alma abandonó su cuerpo, y su madre lo supo desde el mismo
instante en que oyó el primer pitido.
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